Nicho en deconstrucción

Hay solo un lugar que me pone casi tan nervioso como los hospitales (ser hipocondriaco tiene sus privilegios): las casas de ropa “jovenes”. El asunto fue que necesitaba un pantalon. Y no crean que lo mio es la logica del consumo estupido del american way of life: realmente lo necesitaba, y no hay demasiados lugares a los que ir si uno desea fervientemente este tipo de adminiculos. Mi actitud es la siguiente: entro a cualquier negocio del ramo y siento una mezcla de odio a la especie, timidez y displicencia. Tres cosas me ponen especialmente de mal humor: el decadente combo decoracion-iluminacion-sonorizacion (mal gusto llevado a sus peores consecuencias), los propios colegas mios, es decir los otros compradores, un catalogo de boludos con todas las letras, y (muy especialmente) las vendedoras mononeuronales. Son... ¿cómo decirlo? A uno le agarra una mezcla entre desprecio y ternura por estas indefensas criaturas, seres cuyo precario empleo, sabemos, no durara mas alla de unos meses y a las que les aguarda un porvenir turbio. No vale la pena culparlas por el colapso del Fordismo a nivel mundial ni por nada. ¡Pero que soberbias que son! Tienen la facultad de mirar por encima a todos y de ejercer su criterio Televisa-fascista (no deben saber el significado de fascismo, pero tampoco es necesario para ejercerlo) Ayer, por ejemplo, una de ellas se rio frente a la otra luego de que una señora pidiera una bolsa adicional para la ropa (luego de que la señora se marchase, como indica el Manual de la Cobardia). La compradora que aguardaba, con un nivel de actividad cerebral semejante al de sus pares, tambien largo una carcajada, una risa social, de compromiso. Nunca me hicieron nada. Nunca se me rieron a mi en la cara ni nada. Pero las odio, a ellas y a todo aquel que pise uno de esos antros, incluido a mi mismo en el papel de comprador timido y displicente.